Este blog forma parte del proyecto narrativo "Cuéntalo Todo", bajo la dirección del maestro Sandro Cohen dentro de la materia de Redacción Universitaria del Departamento de Humanidades, División de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco.

domingo, 18 de noviembre de 2012

El susto


Veinte llamadas pérdidas no eran motivo suficiente para dejar de hacer lo que me parecía maravilloso. Opté por apagar el celular. Comenzó el momento de los besos y traté de evitarlo, pero no pude. Esos hermosos, carnosos y exquisitos labios me incitaban a comérmelos.

El baile había terminado. Alguien comentó que ya eran casi las tres de la madrugada. Nadie estaba en condiciones de manejar, por la autopista, así que no podíamos volver inmediatamente. Ya no importaba la hora que fuera, pues algo era seguro; el regaño sería muy severo y lo más probable era que no me dejaran salir en mucho tiempo. Y la reacción  que tendría Fabián, por no contestar y por lo que estaba haciendo. Ninguna culpa me invadía, ni la idea de tener novio me preocupaba. Mario sugirió que fuéramos al campo de futbol que estaba a un lado del panteón. Entramos a un Oxxo que se encontraba en el camino para comprar más alcohol y otras cosas.

Recuerdo que hacía mucho frío. La luna fue un perfecto testigo de lo que pasó esa noche. Al principio éramos cuatro, y para ese momento seis. Nadie estaba solo. Cuando llegamos al sitio, nos bajamos del auto y cada pareja encontró su “lugar”. Después de un largo rato de estar ahí, a lo lejos se escuchó un escalofriante gemido que nos frisó la piel. Particularmente me llenó de miedo. Inmediatamente corrimos al coche. No teníamos la menor idea de lo que podía ser. Dirigimos la vista hacia la barda del panteón. Una mujer vestida de blanco entraba. Parecía que flotaba, era algo inexplicable y a la vez imposible. No podíamos hablar ni movernos ni dejar de mirarla. Cuando la perdimos de vista inmediatamente subimos al coche y nos fuimos del lugar.
 
   ¿Acaso era la Llorona? preguntó Mario.
   ¡No lo sé! respondió Iván.
   ¡Vámonos de aquí, por favor! —gritó Miriam.

Nadie más pudo decir algo. Yo seguía en shock. Aquellos brazos que en un principio me habían brindado protección, ahora no me quitaban ni el frío.

Dejamos a Adrián en su casa. Que horrible fue la despedida; yo no quería dejarlo y él no quería que me fuera. No podía soltarlo ni quería dejar de besarlo, pero no podíamos hacer nada más. Era el momento de volver pues ya casi amanecía.

Ha sido una de las mejores experiencias en mi vida. No sé qué va a pasar. No quiero hacer planes. Quizás lo mejor es olvidarlo. Muchas veces es mejor dejar lo que pasó en donde pasó…

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